
Por Ing. Neithan Rojas Monge, jefe Departamento Gestión Comercial, RACSA
Vivimos en un mundo altamente conectado, donde tecnologías como el 5G y la computación en la nube se han convertido en pilares de la transformación digital. Estos elementos no solo impulsan la madurez de la industria 4.0, sino que nos proyectan hacia la 5.0, marcada por la automatización, la inteligencia artificial y la integración de procesos productivos y sociales.
Esta transformación conlleva un desafío ineludible: garantizar que los sistemas sean seguros, disponibles y resilientes. En este contexto, la tecnología se posiciona como uno de los principales aliados para enfrentar los problemas de seguridad, tanto los visibles como los subyacentes.
La seguridad digital ya no es un valor agregado: es la base que sustenta la confianza. Proteger activos empresariales, garantizar la confidencialidad de datos personales y asegurar la identidad digital son acciones que construyen credibilidad y estabilidad en nuestras comunidades.
Cada interacción tecnológica implica una posible superficie de ataque. Desde un colaborador que gestiona informes hasta un administrador de redes que resguarda sistemas críticos, todos estamos expuestos. Por eso, la capacitación responsable en el uso de la tecnología es la primera línea de defensa.
La estrategia de “defensa en profundidad” combina controles de acceso, autenticación multifactor, cifrado, perímetros de seguridad físicos y digitales, y, sobre todo, una cultura organizacional de buenas prácticas con conciencia persistente y alerta en un monitoreo para la mejora continua y respuesta oportuna.
La tecnología permite no solo responder, sino anticipar incidentes.
Hoy las empresas aplican soluciones de prevención de fraudes, cifrado de información, monitoreo y arquitecturas robustas para reducir riesgos. En las comunidades, las cámaras con inteligencia artificial fortalecen la seguridad pública y vehicular.
A nivel personal, la biometría facial y dactilar se ha convertido en un método confiable que facilita trámites financieros, legales o públicos, evitando la suplantación de identidad y agilizando la digitalización del Estado.
Tres claves para avanzar en Costa Rica
De acuerdo con la experiencia de RACSA, Costa Rica puede convertirse en referente en seguridad digital si consolida tres pilares:
Conectividad: garantizar acceso universal a redes robustas como el 5G, base para que ciudadanos y empresas se integren plenamente a la economía digital.
Inversión en seguridad: muchas organizaciones ven la seguridad como gasto y no como inversión estratégica. Actuar solo tras un ataque es más costoso que prevenir con recursos constantes.
Cultura digital: entre más conectados, más vulnerables. La alfabetización tecnológica es esencial para proteger datos, usar la tecnología con responsabilidad y reconocer riesgos.
La seguridad es un compromiso compartido entre ciudadanos, instituciones, empresas, gobiernos locales, proveedores de tecnología y hasta fabricantes.
El futuro depende de equilibrar innovación con responsabilidad. La verdadera amenaza no es la tecnología, sino la falta de preparación para usarla correctamente. El reto es humanizar la seguridad digital, asegurando que cada innovación se traduzca en confianza y bienestar para la sociedad.